Silvera, sin prevenciones en la consideración de pensador respecto de Juan Ramón Jiménez, se apresura a proclamarlo como tal y aboga por su necesidad consciente de la misión personal y social de sus obras, como el propio Premio Nobel escribe en una de las entrevistas del libro: «El artista cumple una misión religiosa con infundir una espiritualidad social» y destaca el prologuista como el pensamiento juanramoniano «quiere ser algo vivo», rechazando «el enclaustramiento del papel impreso». Recordemos el verso: «… Que mi palabra sea/ la cosa misma,/ creada por mi alma nuevamente». Escribe Francisco Silvera que la virtud principal de esta antología es ofrecer «una perspectiva variada sobre los intereses del poeta» y así recopila los textos «ordenados diacrónicamente» de artículos, prólogos, cartas o pequeños ensayos de «contenido meramente literario, pero las ideas de Juan Ramón Jiménez están circulando ahí como la sangre que da vida a todo el cuerpo de su obra», pero también, añade, «se nos aparece un Juan Ramón Jiménez más familiar y confiado». Reproduzcamos un fragmento de una misiva dirigida a José Revueltas a propósito de un artículo publicado en el Repertorio americano en 1942: «Ante todo me gusta cómo la crítica seria y noble que da, en expresión (sic) justa, el pensamiento del escrito. detesto la crítica halagüeña, la infame y, sobre todas, la entreverada.... gracias por su honrada escritura». Estos textos que quedaron inéditos al morir el poeta componen como Francisco Silvera termina afirmando al final de su prólogo «nuestro retrato en letra» de Juan Ramón Jiménez, que cierra «este cajón—de—sastre sus obras, ¡nuestras para siempre!». En tan copiosa antología prosística como aquí encontramos, cabe recordar las palabras del propio Juan Ramón: «Mi prosa es tan abundante como mi verso, o más, y ha sido siempre como paralelo a mi verso, a su verso». Si bien, ciertamente, publicó mucho más verso que prosa.