Quizás puede aparecer como extremadamente complejo y ambicioso, pero que responde muy bien a uno de los principios fundamentales de Juan Ramón Jiménez, esto es, el de articular, entramar o entretejer toda su Obra como un solo poema, como un solo texto que pudiese dar cuenta del mundo desde su especial mirada y que, además, fuese a esa hermosa idea que manifestara el autor en más de una ocasión: «ser poesía más que poeta». La idea de unidad de toda su poesía es acariciada por Jiménez durante casi toda su vida y cuando en 1917 se inicia, en sus propias palabras «su verdadera escritura», sus libros, por heterodoxos que puedan parecer, van buscando un «todo», un registro, un temple que, inevitablemente, habrían de encaminarlo hacia la escritura que ejecutó durante los últimos años de su vida. Es en el año 1941, cuando el poeta siente una necesidad imperiosa por dar una unidad a su escritura, como si se tratase de una gran sinfonía o de un texto musical de largo aliento. A partir de un severo tratamiento en una clínica psiquiátrica en los Estados Unidos (uno de los muchos que sufrió a lo largo de su vida y que intentaron darle ánimos y sacarlo de depresiones agudísimas en las que caía con frecuencia) aparece el concepto de un poema como «dictado» y de «Arte Mayor». En carta dirigida a Enrique Díez-Canedo (del 6 de agosto de 1943) Juan Ramón señala la génesis del poema Espacio y también de lo que, posteriormente, esbozaría como En el otro costado.